Cristóbal Hernández García

Quizás esta no sea la mejor novela de Stephen King, pero sin duda esta orgía de sangre vengadora es una de sus obras más emblemáticas. Y King, contrariamente a lo que se podría pensar habida cuenta del gigantesco tamaño de su obra y de los prejuicios muchas veces fundados contra los escritores de best-seller, es un escritor muy interesante.

Es una novela primeriza y tiene algunos defectos, quizás algún aspecto del desarrollo de los poderes de la protagonista es demasiado rápido, y posiblemente el final peca un poco de alargado, y King se vale de algunas trampas con un personaje para facilitar su trabajo, pero el libro a grandes rasgos está excepcionalmente bien escrito.

La novela te mete bien en la mente de Carrie, ese pobre patito feo al que los populares atacan y del que el resto se ríe con complicidad agradeciendo no estar en su lugar. Vemos aquí todos los tópicos de los institutos estadounidenses con sus bailes, sus capitanes del equipo de fútbol, sus animadoras y toda esa parafernalia de barras y estrellas y tartas de manzana; y King describe ese mundo a la perfección y reflexiona sobre él, pero le añade crítica social, le añade hipocresía y le añade un componente religioso. Carrie no es una novela de terror, es una novela de rabia.

La historia, si bien tiene fuerza, no es lo mejor del libro. Esto es la narrativa. Los pasajes de la historia se entremezclan con recortes de periódico, novelas o notas de comisiones sobre la tragedia en una omnisciente novela epistolar que transcurre paralela a la principal. Desde el principio sabemos lo que va a pasar, y el mérito de King es narrar cómo poco a poco todo se encamina hacia la locura y la masacre, cómo cada sospecha posterior de los investigadores se corrobora con los hechos o no tiene absolutamente nada que ver, cómo sucesos irrelevantes son importantes en verdad o todo lo contrario. King no se guarda nada, cómo a pesar de conocer el desenlace la narración sigue siendo interesante y su lectura terriblemente adictiva.

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