Violeta Balián
9. Experimentos
No se veían tan tranquilos como otras veces y noté que de sus rostros afloraban nuevas emociones, las mismas que en otras reuniones habían rechazado con vehemencia.
—¿Cómo se siente, Clara?
La pregunta me inquietó.
—Bien, gracias — respondí. Y agregué: — Vayamos al grano, hablemos de Latorre, de su muerte. Me enteré por el diario, anteayer. Y también del interrogatorio en el ministerio. Además, por favor, explíquenme qué le ocurrió a Aurelia. ¿Qué piensan de todo eso? El oficial, el que me interrogó afirmó que a mí me protegía alguien. ¿Latorre? ¿Una entidad? Creo que es un dato importante. Como se imaginarán, estoy muy preocupada. Ah, no nos olvidemos del viaje a la base submarina.
—Clara, no ha ocurrido nada más que lo predecible.
—Ah, ya veo…para ustedes es nada. El oficial a cargo me mostró fotos falsas y comprometedoras.
—No se preocupe. Está todo bajo control. La lista de sospechosos se nos va acortando —añadió Alcides mirándome fijamente. Naturalmente, él conocía mi opinión respecto del brigadier, que era culpable de la muerte de su mujer. ¿Acaso no estuvo Latorre a mi lado cuando le inyecté la morfina a Mercedes? ¿Quién me dio la ampolla?
Preferí cambiar de tema.
—Ayer, como ya lo saben, salí de paseo. A Gesell, a casa de mi madre. Antes que me olvide, quiero agradecerles por haberme puesto sobre aviso. Mi marido y yo hemos decidido que mi madre se venga a Buenos Aires, a vivir con nosotros.
—Nos parece una excelente idea siempre y cuando no le haya mencionado a su esposo lo que sucedió en casa de Helga —destacó Asima.
«No, por supuesto que no.»
—Helga se sentirá más segura con la familia —dijo Alcides.
—¿Más segura? Entonces sospechan que esas caras extrañas, los “peladitos sin orejas” y las “mujeres con rodetes” que vio mi madre, son los grises o los híbridos ¿verdad?
—Probablemente. Hablaremos de ellos más tarde.
—¡Díganme la verdad, por favor! Mi madre corre peligro. ¿Sí o no?
—Clara, le aseguramos que estamos observando la situación y, muy de cerca.
—Espero que sí porque esto ya no es un juego —exclamé. —Y ya que estamos, repasemos el otro viaje, el que hice anoche a la base submarina. Me pareció muy interesante —añadí, mezclando sarcasmo, admiración y tristeza.
—Nos alegramos de que haya conocido ese lugar. Es más, en estos momentos nos viene muy bien porque las circunstancias han cambiado.
—¿Qué circunstancias?
—Clara, su vida corre serio peligro —adelantó Alcides.
—¿Mi vida? ¿Qué tipo de peligro? Se refiere a las fotos…los subversivos…
—No. Peligro de muerte o peor.
—¿Qué puede ser más peligroso que la muerte?
—Bueno, quizá todavía no lo sepa Clara, pero está embarazada —anunció Asima, visiblemente preocupada y tomándome del brazo. Era la primera vez que hacía semejante gesto.
—No, no puede ser —dije, soltándome de ella. —¿De qué están hablando? Están equivocados. ¿Embarazada, yo? ¿Ahora? ¿Cómo?
Tomé un poco de agua. Debía calmarme. Pero tuve que admitir que sí, que podían tener razón. Para empezar, mi cansancio general. Los cambios hormonales. En las últimas semanas había asumido que los malestares tenían que ver con el medicamento que tomaba para la tiroides. Hasta había decidido ver al médico la semana siguiente. Por Dios, un embarazo no tenía sentido. ¿Cómo pudo haber ocurrido? ¿De cuánto tiempo? No sabía de qué hablaban ni veía cambios físicos. Aún no.
Acto seguido, me informaron que tenían identificados a varios de los grises integrados al personal del ministerio. La última noticia era que hacía dos días, Pedro Solari había desaparecido. Fueron sus compañeros de equipo en el grupo cercano al presidente quienes notaron su ausencia. Nadie tenía idea de dónde estaba ni dónde podría haberse escondido, si así era el caso. Como no se le conocía familia inmediata, la investigación no progresaba.
Por último, y en caso de que me quedara alguna duda, los hermanos hicieron hincapié en que a las entidades les interesaba hacer experimentos genéticos, con fetos. No, no tenía certeza de que era eso lo que buscaban de mí. Y si así fuera, no era nada bueno, por cierto. Pensé en Ciénaga Azul y lo que pudiera haberme ocurrido allí. Pero los hermanos esquivaban el asunto. Y para peor, especularon con la hipótesis de que las entidades y los mismos militares procurarían raptarme, asesinarme o lastimar a mi familia.
Alcides, con su seriedad habitual agregó: — Tenga en cuenta lo siguiente, Clara. No titubearon con Latorre ni con Mercedes y, ni siquiera con Hernán Latorre, quien al parecer sospechaba algo de las actividades de su padre. Como se sabe, el joven murió en un accidente en la ruta a Mar del Plata; no sólo conveniente sino convincente. Tampoco se olvidaron de Aurelia.
La muerte de Aurelia todavía me tenía estupefacta. Sin embargo, en ese momento me urgía esclarecer el tema del interrogatorio, las evidencias falsas, la ridícula sugerencia de una conexión personal con Latorre a espaldas de su mujer y por sobre todo, las sospechas de mis reuniones con subversivos. Les transmití mis preocupaciones aunque persistiera en mi recuerdo la escena de la transferencia que había presenciado en la base submarina.
Hablaremos de todo eso en otro momento, respondió Alcides, tal como acostumbraba a hacer cada vez que le pedía una explicación.
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