Cristóbal Hernández García
Gabriel García Márquez es, que duda cabe, uno de los autores más importantes del último medio siglo. Un autor dotado de una pluma extraordinaria, uno de los máximos exponentes del realismo mágico y hombre bendecido con una habilidad excepcional para jugar con el tiempo en sus obras.
«Crónica de una muerte anunciada» es una de las varias maravillas que firmó a lo largo de su vida. Un escrito que engancha desde la primera página a pesar de conocer desde un principio lo que va a suceder y que no te deja despegar la vista de sus páginas hasta que lo terminas, hasta que conoces qué hizo cada hombre y mujer del pueblo mientras mataban a Santiago Nasar y qué los llevó a actuar así.
El que un libro tan limitado argumentalmente como este sea tan inolvidable sólo responde a una simple causa: el prodigioso talento de su autor. Porque resulta increíble cómo García Marquez describe esa sociedad costumbrista donde el honor se impone por encima de cualquier atisbo de sentido común. Porque todos ven como «a Santiago Nasar lo van a matar» y todos creen que es hasta obligatorio por parte de los gemelos Vicario hacerlo para proteger su honor, y nadie siquiera intenta descubrir si lo que decía la novia devuelta era cierto o no. Márquez nos describe esta sociedad mísera y arcaica, basada en sus propias leyes, impuestas por la tradición más rígida.
Para ello el hombre que imaginó Macondo se vale de su particular y mágico arte, porque verdaderamente cada palabra, cada descripción que hace no puede ser calificada de otra forma. Su simple descripción de las gentes y las personalidades de este sórdido relato destacan por ser sumamente bellas literariamente incluso en momentos tan terribles como el asesinato del protagonista. Este pueblo, tan «odiable» desde el punto de vista del lector, es descrito con un amor innegable (y eso es lo más terrible de todo, pues no deja de ser escalofriante lo real que es), con esas comparaciones y esas historias secundarias impregnadas de un halo de melancolía y magia increíblemente creíbles. Y para completarlo todo tenemos el indescriptible dominio del tiempo del autor colombiano, que vuelve una y otra vez sobre el amanecer de un funesto día para narrar desde todas las ópticas posibles el asesinato del protagonista y crear así una recreación casi periodística de su muerte y, al mismo tiempo, de las causas de esta.
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