Fernando Morote

No obstante valerse de un aparatoso reflector a base de fluorescentes, un pequeño micrófono inalámbrico y una pesada cámara de video para ejecutar su misión, los Comandos no alcanzaban a sentirse en una posición confortable dentro del estudio de televisión.
El entrevistador era un periodista prestigioso. Enano, él. Agudo, perspicaz, ponzoñoso. Pero con un gran espíritu de servicio a la comunidad.
—¿Qué los mueve a embarcarse en una empresa idílica, destinada de antemano al fracaso, en un país como el Perú?
—Simplemente el deseo de devolver lo que hemos recibido.
—Según entiendo, ustedes han vivido muchos años en el extranjero. Lo que están queriendo implementar en nuestro país es un hábito cultural que requiere décadas de sacrificada labor. Y a lo mejor una revolución educativa de proporciones sobrenaturales que transforme la mentalidad de una nación.
—Alguien tiene que atreverse a dar el primer paso.
—He visto que trabajan prácticamente en el anonimato.
—No nos interesa hacernos famosos.
—¿Se trata de una cruzada?
—Es sólo un proyecto.
—¿Cuál es el propósito?
—Enseñar con el ejemplo que es posible dejar de orinar en la calle.
—Pero sus procedimientos están movidos por el escarnio.
—Muchos aprendemos sólo por las malas.
—A veces es necesario empujar la vaquita al precipicio.
—Pero la idea básica no es reprender. No tenemos autoridad para hacerlo.
—¿En qué principios se apoyan para organizar y ejecutar el proyecto?
—En dos muy simples: la igualdad y la identificación. En el pasado éramos nosotros quienes ofendíamos y agredíamos a las personas orinando en la vía pública. Hoy no lo hacemos.
—Si nosotros pudimos dejar de hacerlo, otros también pueden.
—No somos mejores ni peores que nadie.
—No juzgamos ni censuramos.
—¿Qué provecho obtienen de este esfuerzo?
—¿Quiere decir si cobramos o ganamos algo por lo que hacemos?
—Así es.
—Es un trabajo ad honorem.
—¿No les parece que eso es difícil de creer en estos tiempos?
—La gente es muy desconfiada. Pero no prestamos atención a los chismes. No queremos desviarnos de nuestro objetivo.
—¿Cuál es la respuesta que han encontrado hasta ahora en su periplo?
—Todavía nadie nos ha agarrado a patadas.
—Con eso nos damos por bien pagados.
El conversatorio incluyó una serie de anécdotas hilarantes e ilustró a los televidentes sobre los antecedentes personales de los entrevistados. Los niveles de audiencia pudieron haber sido mínimos. Pero a los miembros del Comando los dejó satisfechos. No estaban allí para convencer, promover ni predicar. Su única motivación era atraer.
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