Laura Rodríguez: «Espacios introspectivos»

Pedro A. Curto

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Decía Marguerite Duras que eran las mujeres quienes construían las casas, refiriéndose a que le daban personalidad y sentido propio. Algo de eso se piensa viendo las fotografías de Laura Rodríguez en la exposición “Autorretrato” que se muestra en la galería Mediavanced de Gijón. Con gesto serio y una luz pálida, que parece retrotraernos a un tiempo pasado en ocasiones, en otras a un tiempo indefinido, vemos a la protagonista posando en diversos rincones de una casa. Son esas casas que nos habitan, que tienen una voz propia que habla a través de los susurros. Y en ella, sus diversos espacios, pues buena parte de la vida trascurre en esos lugares, pues los conflictos vitales, el descanso y el amor, el nacimiento y la muerte, suceden en la intimidad de las alcobas. Las construimos, las dotamos de sentido y a la vez ellas se convirtieron en notarios del transcurso de nuestras vidas. Y como actas notariales, llenas de arte y miradas, se muestran las fotografías de Laura Rodríguez. La pausa y la pose nos permiten conocer, en primer lugar, la mirada de la fotógrafa sobre su objeto, que en este caso, es ella misma y su mundo.

 La protagonista y artista a la vez (musa y pintor en un mismo ser), posa con gesto serio, pero no como si lo hiciese para el exterior, sino para ella misma o para una visión transcendente, provocando en el que mira, un ejercicio de voyeurismo, de quien penetra en un espacio interior sin permiso, de quien estuviese mirando a través del ojo de una cerradura. Y tras esa cerradura, con un poco de imaginación, se puede con cada fotografía, ir construyendo una historia, un abandono, un tiempo proustiano. Es la protagonista sentada sobre camas vacías, que recuerda algo a los cuadros de Hopper. Historias que se dibujan incluso cuando las imágenes muestran fotografías familiares en una mesita o colgando de las paredes, u otros objetos que constituyen la vida cotidiana que hacen de las casas, algo más que paredes y techos. Como esa mesita sobre la que unos guantes esperan unas manos para dotarles de sentido, igual que si el tiempo se hubiese detenido en el instante. Y los espejos, que no por causalidad, captan reflejos como una fotografía permanente y que son al mismo tiempo, captados en algunas cartulinas. Son enigmas que van saltando de imagen en imagen, sobre las que la propia fotógrafa y protagonista nos da algunas pistas: “Comencé a hacer autorretrato en la casa de mi familia, quería retratarla tal y como es ahora, para recordar como fue, llena de espacios cerrados, habitaciones con las camas hechas, siempre vacías. (…)Aquellas vidas que vivieron dentro de poco nadie recordará.” Y quizás por eso, en estas fotografías sacadas de la propia piel, hay espejos, imágenes diluidas, espacios captando la intimidad, esa pose mirando con gesto serio al otro lado, que puede ser, tanto un lugar del pasado, como del futuro. O como dijo en un verso Miguel Hernández, se pondrá amarilla mi fotografía. En todo caso captando ese instante que huye, construyendo esa forma de inmortalidad, que solo el arte puede dar. Como dice la propia Laura Rodríguez en la presentación de sus fotografías: “Es la oscuridad, la soledad del camino hacia la edad adulta que me hizo pensar en la inevitable condena a desaparecer, en el nada dura para siempre. Pero también es amor. ” ¿Quizás un ejercicio de resistencia ante la inevitable destrucción que el tiempo marca?

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