José Ramallo
“Una vez intentamos vivir la aventura de estar amándonos las horas del día y también de la noche, pero tuviste miedo…” –sola, en un balbuceo de palabras mucosas rodeadas de bocanadas de humo, que contienen lágrimas de angustia y pesadumbre.
(Esfumatura)
“¡No te bajes así que te podes lastimar, amor!” –parada en medio del patio secándose las manos con un viejo repasador, luego de haber preparado el almuerzo y llamar a su hija, Priscila. Aquella estaba jugando sobre su casita del árbol y, ante el llamado de mamá Esperanza, había pronunciado un vigoroso salto que se elevaba un metro por sobre encima de la plataforma de dicha casita. En el aire había arqueado su cuerpo de tal manera que formaba una media luna, ayudándose con las manos y las piernas hacia atrás. Una vez en el piso, corrió a abrazarse sobre el vientre de mamá y ya no hubo más palabras.
(Esfumatura)
“Felicitaciones señor, es una hermosa niña. Por favor, venga conmigo que necesito que me complete algunos datos”
“No, no señorita, disculpe. Yo no soy el padre, sólo soy un amigo de la mujer que acaba de tener familia. Vine a hacerle compañía porque ella no tiene familia. ¿Puedo pasar a ver cómo está ella?”
(Esfumatura)
“Soy soltero, pero debo confesar que he estado enredado con varias mujeres a lo largo de mi vida, eso quiero reconocertelo. Así como también quiero admitir que tu belleza y nobleza espiritual –baja la mirada porque le produce pudor ser tan sincero, estando tan cerca de ella y tan tentado a besarla –te hace absolutamente diferente a cualquier otra mujer con la que he estado. Temo que estoy enamorado de vos, Esperanza”
“Me haces sonrojar, Humberto. Pero agradezco tus palabras. Yo también estoy soltera. No arrastro ningún “historial” de amoríos –sonríe por su ocurrencia, y espera que él le devuelva la misma sonrisa para continuar –pero no me molesta tu pasado. Creo que es demasiado pronto para hablar de amor con tan sólo un par de encuentros, pero felizmente yo también estoy enamorada de vos. Me da un poco de miedo, sí, pero quiero enfrentar a ese temor.”
(Esfumatura)
“Yo continúo enamorada de vos –apoyando el lateral izquierdo de su cabeza sobre la almohada y jugando con sus manos sobre el pecho de Humberto. Mientras que él se limita a mirar el techo, y, de a ratos, el reloj de la pared –pero ahora hay otro amor más, además del que siento por vos. Es el que siento por nuestra hija. No puedo seguir jugando a ser tu amante solamente. O somos una familia o ya no somos nada…”
“Vos querías un hijo. Yo te lo di, ahora no me reproches nada. Es una falta de facultad la mía, no de voluntad. Me tengo que ir. Si necesitas más plata avísame. Chau.”
(Esfumatura)
“Y así te escapaste nuevamente –Desparramada sobre la cama, fumando su quinto cigarrillo de la noche procurando adquirir sueño –con tu típica excusa de estar apurado. Y yo como una idiota me quedé pensando en vos, como si acaso eso te importara. Te crees que lo que quiero es tu plata. Pensás que porque venís y me haces el amor (estúpida de mí que me vuelvo a entregar) yo ya me quedo contenta. Sólo te pido que reconozcas a tu hija. No te pido dinero, sólo te pido que le concedas la dicha de decirle que sos su padre y que todos juntos vamos a formar una familia desde ahora en adelante” –Llora, ya no lo soporta y llora. Se tapa el rostro con la almohada, para que su hija no la escuche desde el cuarto continuo y llora desconsoladamente.
(Esfumatura)
“Yo te vi tan hermosamente atractiva –tartamudea, mira la hora, transpira –que me olvidé que tenía familia. Creeme. Fue más fuerte el deseo que sentí por tu cuerpo, que el pensar en las posibles consecuencias. Pero ahora no puedo revertir esta situación. No puedo olvidarme de vos, Esperanza. Pero tampoco puedo dejar a mi familia para armar una nueva con vos. Dale, sé comprensible conmigo –tomando valor porque ve que ella en su infinito amor ya lo ha mirado con ojos tiernos y profundos –Decile a Priscila que yo soy tu novio y que de su papá no supiste nunca más. Yo vengo acá cada tanto, te doy guita, estamos juntos y luego vuelvo con mi familia ¿Dale?”
(Esfumatura)
Castillo de ilusión, es un juego al que se había acostumbrado a jugar Esperanza y Priscila. Consistía en subir a la casa del árbol y, desde allí, observar con un larga vista a todo hombre que pasara por la vereda. Esperanza le había dicho a Priscila que su papá se había ido a la guerra y que aún no había vuelto. Pero que si ella tenía fe y todos los días se disponía a esperarlo, seguramente él algún día volvería. Cuando la mamá no tenía tiempo de subir con su hija al árbol, le dejaba dicho cómo debía ser el aspecto de su papá. Si por casualidad Priscila veía pasar por la vereda a alguien, con las descripciones que Esperanza le había dado de su padre, la niña se bajaba del árbol e iba corriendo a decirle a su mamá que venga a ver.
Era tanto el deseo que Priscila tenía por saber quién era su papá, que hubiese aceptado resueltamente a cualquier hombre como padre, pese a que no concordase con las descripciones que su madre le había dado de él.
Era tanto el deseo de Esperanza por volver a ver a Humberto (y que esta vez viniese dispuesto a reconocer a su hija) que cada vez que lo veía venir desde arriba del árbol le parecía que traía consigo unas maletas en sus manos y, para mayor ilusión, el divorcio dentro de una de esas maletas.
Cuando Humberto llegaba, Priscila, un poco por celos y otro poco por ambición, se quedaba arriba del árbol y veía cómo su mamá recibía con enorme alegría a aquel peculiar hombre.
Humberto pasaba junto a la casa del árbol sin siquiera levantar la cabeza y decir “Hola, Priscila”
(Esfumatura)
“No puedo hacerlo”
“¡Sí, que podes! ¡Por favor, hacelo! ¡Aceptalo, reconocela! Mi castillo de ilusión se derrumba cada vez que te vas. Estoy muriendo de amor por vos. Sufro, agonizo, se me desangra el alma. ¡Por favor, por favor! –toma las manos de Humberto, sentado frente a ella, mate de por medio, llora desconsoladamente y se humilla suplicando por un poco de compasión – ¡Por favor, por favor, por favor! ¡Quedate conmigo! ¡Decile a Priscila que sos su papá!”
“No puedo hacerlo. Lo siento, pero no puedo. Otra mujer más me está pidiendo que le dé un hijo. Le di mi palabra. Así como hice con vos, debo complacer su capricho dándole un hijo pese a los tres que ya tengo con mi esposa. Hasta nunca, ya no volveré”
“¡Por favor, no! ¡Por favor no te vayas! ¡Mi castillo de ilusión! –Arrodillada sobre el piso, tras caer por intentar sujetarlo cuando se iba y aquél con un solo movimiento había logrado desprenderse – ¡Mi castillo de ilusión se derrumba! ¡Por favor quedate!”
(Esfumatura)
“Una vez intentamos vivir la aventura de estar amándonos las horas del día y también de la noche, pero tuviste miedo…” –sola, en un balbuceo de palabras mucosas rodeadas de bocanadas de humo, que contienen lágrimas de angustia y pesadumbre.
———-
José Manuel Ramallo, nacido el 04/05/84, reside en la ciudad de Pergamino (Pcia de Buenos Aires). Está casado con María Crescencia Capalbo y juntos tienen una hija llamada Regina Desiree. Gusta ocupar sus momentos libres escribiendo o leyendo. Durante los años 2013 y 2014 fue escogido por diferentes editoriales para ser parte de antologías de narrativa breve. En el presente año publicó su primer novela, llamada “La mujer de los 35”.