Fernando Morote
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Las salidas en grupo fueron interrumpidas hasta nuevo aviso. Nadie podía confiar en nadie. El Flaco Nito había tenido también sus encuentros furtivos con Olga. Niz se sentía cada vez más decepcionado de ella y resentido con sus amigos. Sara no quería saber nada de Judas. Y éste andaba obsesionado nuevamente con Zita, quien desde hacía un tiempo había empezado a salir con un vecino del barrio. “Billete manda”, le decía el Flaco Nito, tratando de disuadirlo. Judas se resistía a creer en eso. No concebía cómo una chica tan linda podía estar interesada en un tipo feo sólo por su auto y su plata. Varias veces, al ir a buscarla, lo primero que veía bajando del ómnibus era el Nissan blanco del huevón ese, estacionado frente a su casa. Seguramente forrándosela. Él había cachado riquísimo con Sara y Olga, pero sólo quería que Zita le hiciera caso de nuevo. Se moría por caminar con ella de la mano, tarareando románticamente “Querida” de Juan Gabriel. Aunque los demás se rieran, porque el pobre mexicano era tan rosquete.
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