Teresa Galeote
Hace largo tiempo, aquel negro antillano se creyó su libertad porque le dieron un papel timbrado. Lanzó cadenas al viento y en Pegaso se tornaron.
Y desfilaron los años; turbios, muy turbios llegaron. Se arrimó a una mujer hermosa y procrearon mujeres y hombres, que a su vez dieron al mundo nutrida descendencia. Escuchó palabras que prometían justicia, leyó disposiciones escritas y siguió esperando.
El negro antillano sobrevivió a largas guerras y a la paz de los tiranos. El tiempo siguió rodando y sus huesos se achicaron.
Una mañana, la muerte se presentó ante él y ésta, muy solemne, le preguntó por su vida en libertad. El hombre, con voz cansada, contestó: “Señora…, yo solo cambié de amo”.