por Manuel Villa-Mabela
Sinceramente desconozco cómo siguen o han terminado los talleres masturbatorios que festejaron su aparición en la escena social de nuestro suelo patrio a finales del pasado año. La iniciativa más que escandalizarme me sorprendió. Lo que sí me sacó de mis austeras casillas económicas es que los organismos que deben ahorrarnos disgustos presupuestarios decidieran invertir en semejante ingeniería erótico-social los impuestos que religiosamente pagamos todos.
Desde luego, nadie pone en duda que las transformaciones educativas alcanzan el universo de la ciencia ficción. No me refiero a la cultura acumulativa sino a la que podríamos denominar educación socio-ambiental. Entiendo que, una vez ha pasado algo de tiempo y las posturas están más relajadas, habría que canalizar esa propuesta sesuda y adecuadamente.
A mí me gustan las novedades talentosas y evolutivas. Me parece positivo haber pasado del martirio que significaba la práctica del “manus turbare” al divertimento puro y sin tacha que representa el “manus stuprare”. Mucha gente de generaciones anteriores todavía sigue temeroso de quedarse ciego o loco de un momento a otro. Ahora es al contrario, piensan que no encontrarán trabajo o tendrán que cuidar de la abuela si no se masturban.
Admito que la noticia me causó cierto impacto desaprobatorio. ¿Significaba que si la muchachada aprobaba el curso de los talleres masturbatorios tendrían derecho a un diploma como testigo de su pericia?. Esa posibilidad me molestó porque nos estaban llamando a las demás generaciones incultos sexuales, indocumentados practicantes del onanismo, burdos buscadores del placer. Claro, antes la gente vivía más en la calle y aprendía sin querer costumbres bárbaras. Porque, claro, no es lo mismo masturbarse detrás de un árbol atisbando formas del sexo contrario que masturbarse en una biblioteca o bajo la tutela de un tutor cualificado que te orienta debidamente para que no te desorientes. Me sigo preguntando en qué consistiría el examen final para aprobar el taller ¿Qué habría que hacer para aprobar? ¿Y para obtener un notable?.
A mí me parece más natural, aunque sea denigrante y chabacano, hacerlo sin asesoramiento cultural, dejando manifestarse a los instintos. Tal vez por eso hay hoy en día tantos casos de alergia entre la juventud, se tocan y acarician sus zonas más íntimas con guantes de usar y tirar. Entiendo que la sociedad ha cambiado y que ahora los niños con tanto internet, tuenti, facebook, deberes, etc. no les queda tiempo ni para tocarse furtivamente entre la preparación de un examen y otro, pero es que si también eso del sexo pierde naturalidad y frescura van a dejar al personal huérfano de aventura. Y no estoy en contra de tales talleres y costumbres. La ciencia nos ha demostrado que son posibles los grandes imposibles. No discuto que el futuro de la masturbación esté en la universidad. Si algunos políticos han apoyado los talleres no será por gratuidad o desvío de votos sino por un conocimiento mayor del tema que el de sus representados, que al fin y a la postre, casi ninguno ha practicado el “manus turbare” de forma académica, por eso estamos tan cargados de traumas y no tenemos nada bien asumido el sexo. Y es más, si los talleres han funcionado, que lo ignoro, por qué no dar una vuelta más de tuerca y hacer de esos talleres encuentros globales para la sociedad. Por ejemplo, antes de la cena de nochevieja, ¿no sería recomendable que los cuñados y los primos segundos, gente peligrosísima, descargara su ferocidad en el baño para tomarse las uvas en paz? Otro ejemplo: Antes de un ataque bélico, ¿no sería bueno que los soldados sembraran las barricadas de su semilla para no disparar con tan mala leche? ¿Cuántos civiles salvarían su vida con semejante proceder? Y no olvidemos que antes de firmar un tratado vital de relaciones internacionales sería muy aconsejable seguir los consejos de Clinton. Ese hombre sabe más de lo que aparenta.
En resumidas cuentas, creo que sería bueno intelectualizar el “manus turbare”, para que desaparezca su mala fama y su práctica salvaje. Creo que hay que llevarlo a las escuelas en general, al congreso de los diputados, a los cuartos oscuros, a los mercados, a la universidad, a la formación profesional, a los médicos, a los pacientes y a los jubilados.
Es la hora culta de nuestra sociedad. Dejar pasar esta oportunidad sería pecado.
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