CONTINUUM CARNAVAL: Javier, Calvo y vendible (Crítica)

 

Esos humos de autores en promoción, originalísimos, arrebatadores cuando hablan de sus obras. La pureza, oh, el destino del genio, ah, la pasión ciega, ¿ein? (llegados a este punto una horda de lectores acaba de dar el salto en el sillón y se frota los ojos, mirando; esto:) «A los autores sólo nos interesa nuestra aportación a la historia del arte» (lo dijo Pope Planetensis, un suponer). Verán: ya nadie habla de pasta. Es tan vulgar. Y sin embargo es algo que interesa, a tenor de lo que se deduce de los muchos rounds que autores y editores (y agentes) se dedican a afinar golpes.

Por mor del carnaval, un poco de dignidad: el amor al arte es un topicazo que incluso se lo sabe Bustamante, qué me diréis: un pensador de tomo y lomo del que yo, que sí que amo el arte, sólo envidio lo que tiene su mujer de sílfide. El amor al arte… cómo no. Si hasta es una frase de mi madre, cuya aplicación mayor al arte ha sido echarnos de casa a todos los hermanos, uno a uno, para fingir desde entonces lo mucho que ahora nos echa en falta.

Me encanta el desparpajo de los jóvenes, en cambio. Tanto me encanta que hasta le puedo perdonar su ser inexpertos, ser incautos, ser imberbes, ser intrépidos y/o/¡oh! ¡ser irreverentes! mientras los oigo decir (Javier Calvo, ¡cómo eres!) que van a presentar su libro y QUE SE VAN A EMBARCAR EN EL SHOW DE LA PROMOCIÓN. ¿El show? Sí, oiga: el show, o como dicen en Carabanchel Alto «the chow». Porque no es otra cosa el trabajo de promoción, por más que los autores-divos se dediquen a pontificar con declaraciones crepusculares sobre lo que fue y no fue el arte hasta que llegaron ellos. La promoción implica eso: una carrerita por sacar el rostro, o lo que buenamente sea enseñable (la Echevarría —Lucía, no Paula— enseñó hasta las cachas hace unos añitos en Qué leer), para que la gente vea, y luego en las grandes superficies vea otra vez que la cara es la misma (o las cachas), y que el chico o la chica salió, ¿dónde fue?, cualquier sitio, pero repetidamente, porque la gente es corta de casi todo y hay que insistirle incluso con amenazas para que se lleve eso que está en el lineal del híper, que en el reverso lleva incrustada una foto de un careto que vio en la tele mogollón de veces, y en la prensa (porque, mira qué casualidad, la empresa que edita el libro es la misma que edita el periódico y su docena —pedazo número cabalístico, el de la infinitud— de suplementos, donde, ay por Dios, también vio el careto, pero ahí más grande y con una entrevista —que no leyó, que no hay que leer, que es mejor que no lea— en la que decían que el autor era la hostia de la nueva literatura y que iba a romper todo lo irrompible del arte, lo menos desde Boccaccio hasta aquí, y todo, ¿con qué fin? ¿Con el de purgarse-iluminarse-unirse y así redimir el arte de una vez por todas convirtiéndose en un imprescindible de la literatura? Pues no: desengáñense. Con el fin último de: ¡VENDER!

«Oh, ¿por qué lo dices, Mac? Ya todos lo sabíamos, pero no era necesario que lo dijeras» (se ha liado un barullo considerable entre los lectores, que he aprovechado para levantarme a hacer aguas menores. También he mirado el Facebook (¡cachis!),  no me agrega todavía la Echevarría, Paula. Seguiré intentándolo. Fin del Kit-kat).

Venía a hablarles de Javier Calvo, que es uno de los nuestros, y aunque joven, ya defiende con honestidad sus libros y ese apellido que era un castigo, pero ya no, porque se dejó caer el pelo, que ahora está de lo más cool. Y va haciendo pasta, (traduce a gente como Foster Wallace, que eso es trabajo, y no lo que ejecuta un concejal en una barriada de la costa) pero también está abriendo caminos interesantes, caminos muy poco habituales en la literatura española (del Estado Español y aledaños, que es una frase que suena a demonios, ya lo decía Bono, él siempre, tan bono). Pero lo peor es que me pregunto si va a ser tenida en cuenta su propuesta creativa, la del chico (Javier, el Calvo) o nadie le va a perdonar que haya roto con los modales mojigatos diciendo que se va durante unos meses a montarse el show con su nuevo libro. Igual desde ahora ya ni le dan el cupón para la cartilla, y otro día se queda sin su sitio en el paseo de la fama de los malditos. Maldita sea.

O sea, que ha hecho como todos, pero diciéndolo, que es un ejercicio de honestidad. Para colmo se ha atrevido a inocularse el black metal noruego buscando entrar en contacto con los Eddas vikingos, y en eso (que no se atrevería a hacer ni el más versado en riesgos venéreos) ha debido sufrir lo suyo, porque Javier Calvo siempre parece regresado de un más allá, pero mucho más allá que un simple plus ultra. El caso es que habrá quien no le perdone una literatura tan de otro mundo, y sobre todo de otro mundo que no es la literatura española realista-más-que-realista de siempre. Y en la que (ya que estamos con esto de la honestidad) hay suficientes popes como para que te nieguen la comunión si no eres capaz de besar sus plantas puras. Ya ni te digo si además uno hace gala de heterodoxia y va diciendo que todo esto de los libros, y las charlas, y esa clase de farándula no es más que otra clase de show.

Ay, Javier. Si es que sólo das motivos para que te quiera.

Les prometo que cuando acabe el show les hablaré de Suomenlinna, la última novela de Javier Calvo.

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